Historia de un nublado

 

Me despertó el ronquido sin apneas del aspirador de hojas y alcancé la ventana justo cuando el jardinero lo apagaba y, desinflando los brazos, abandonaba su misión y le otorgaba la victoria al viento. Una violenta ráfaga la recogió, mientras le arremolinaba el flequillo sobre los ojos. Él se marchó sin molestarse en despejarlo. 

Sobre su cabeza, las copas de los árboles convertían el alborotado cosquilleo de sus hojas en una alerta caprichosa –casi histérica en el caso de los álamos–, pero había que elevar más la vista para comprender la auténtica dimensión de la amenaza. Una avanzadilla de vapor condensado en grises dirigía sus efectivos hacia el este. Reptaba veloz de ingravidez sobre el vacío, el territorio en que a la humanidad se le zafa el dominio, como un globo de helio de la mano de un niño. Allá donde la impotencia nos obligó a crear a los dioses, la masa de un bizcocho marengo, excesivo y denso nos estaba cubriendo el mediodía de un humor revirado. 


 

Al bies

Déjame derramarme en valles sólidos 

    de lava incandescente.

 

     Déjame proyectarme hacia húmedos prados 

       de hierba larga y lisa.

 

        Déjame cincelar la roca 

            y exprimirle el sonido,

                conjurar la palabra sin sentido que encierro. 

                     Estridente hasta el punto de no admitir contexto para formar historias. 


Quiero escribir la rabia. 

Rabia, rabiA. 

Desmigando el grafito en cada trazo. 

 

Y suspirando luego. Largo.

 

A ver si así

me encauzo hacia la risa

(con cambiar una letra y soplar otra…)


Arrastrarla a la paz, la calma, la ternura. 

A una mullida cama,

donde esperarte abierta 

y alegrada. 


 

Un poco de abstinencia

 

Eras. Estabas siendo. Y, en esas, te arrebata a ritmo de tecno un latir deslocalizado, como de conspicuas agujas de coser reivindicando su identidad metálica en un batirse enfebrecido de sus puntas. Un berenjenal agudísimo y silente que, destilado por tus encías, deposita su vaivén líquido en el interior de tus muelas y te encofra el esmalte con plomo abrillantado, o con mercurio sólido que aún recuerda miríadas de sus gotas saltarinas huyendo hacia la vida, inquietas de emoción y veneno.

Las puntas de tus dedos se vacían y la vista se acorta, entimismada, cediendo su corriente a un cerebro exaltado, que activa en fluorescente ese árbol de nervios enramados que se extiende profuso por tu ser y que le da sentidos, causas y ejecución en el práctico ciclo del vivir, a ras de suelo.

Tus pies desaparecen. Eres como una gaita, con su saco insaciable desbocado hacia el cielo, abierto a bocanadas que no darán sonido. Ni calma. Ni silencio.

Eres un anhelar en tono de exigencia, imperativa. Una insatisfacción marchando a mil codicias por momento, sin percibir siquiera lo seco de tu boca o el temblor de tu aliento. 

Eres un sin vivir. Una alerta vacía, un temblar porque sí, sin impulso, ni viento.

El dorso del estómago

Es como si me rasgaras la parte posterior del estómago y abrieras en un golpe seco el cenicero de aluminio que hay en ella. 
Con un clic metálico de su tapa fina. Lo imagino como de esos empotrados bajo el salpicadero en algunos coches de los setenta. 

 

Tu mano directa a él en lance límpido, sin que se enteren mi piel, ni mis vísceras, ni mi cuidado y ¡zas!, tus largos dedos al certero clic. 
Clic. Y toda la ceniza por los suelos. 

Ceniza, mierda y bilis. 

El resto acumulado de una limpieza esforzada y a fondo en otros años.

El resto irreductible, indómito, desmadejado y ácido, tendente a la expansión, a encarajar sin freno.

 

Es el efecto que me hace tu negrura, tu negrura escondida. Cuando aparece dura, sin piedad, miramientos, ni temple. Brotada de un dolor seco, ya fósil, afilado, superviviente, erecto al centro de tu espalda y el borde de tu boca. Como un garfio, lanzado sin querer, por costumbre sin tiempos.

 

That’s not nice. Not nice y no lo quiero.

 

Días sin tiempo

Hay días en los que el tiempo te encarama a su grupa y se acabaron el sentido, el orden, la voluntad, el tú.

Desenrolla una lengua que brota de tu nuca, sujeta tu cerebro por debajo, asciende por tu frente y se pliega de nuevo. Una envoltura que te esponja el control, dejando las manillas de tu brújula interna claudicadas de sol y brisa lenta sobre su colorida rosa de los vientos.

Hay días sin orden; con un cierto sentido si los dejas guiar, en giros y perezas y dudas y caprichos, y nadar en el sitio mirando un horizonte que no está, fundido con las nubes.

Un río de incertidumbre y un dejarse flotar, agua adentro o afuera, sin pensar en orillas.

Solo cielo, y el fresco de aire y agua en un cuerpo que se hace transparente, penetrable, fungible con el monte y el cielo.

 

Tengo el amor como expuesto a la venta

Despliego el tul de la ternura, azul tornasolado, con una sacudida de la muñeca izquierda para que se recueste sobre el apoyo cierto de mi brazo derecho. 

Por encima de él, derrama su largura superando ya el borde del mostrador oscuro, de madera de antaño, y rueda en volantes de risa y aleteos de miradas más allá de la puerta.

Voy abriendo cajones, me pueblo las espaldas de estanterías abiertas. En sus huecos sin puerta, diseño los espacios con tablas de separación que voy modificando, conectando. Y, huyendo de las reglas, las historias contadas, el futuro esperado, la esperanza de cuentos que no llegan, procuro acomodar las realidades como quien recibe y se adapta flexible a la última tendencia

Busco y rebusco y salgo, a veces, incluso hasta la puerta. 

Más allá. 

Abro el chiringo y la boca (pero no la garganta, puro miedo con trazas de tímida vergüenza) para cantar la oferta.

No me sale, no me sale muy bien. 

Me atenaza la pena de tener que pregonar las obvias prendas.

Así tengo el amor, expuesto al mundo en una tienda. 

Espejo en negro

               

              Cuando me miro en ti

                  es NEGRO lo que veo.

 

                              Un negro opaco hundiéndose veloz

                                 en un embudo 

                                    al centro del espejo.

 

                                              Ni un destello.

                                                Ni una mueca o indicio 

                                                   de algún eco a mi ser. 

       

                                                             Un mutismo secante 

                                                                que te lleva a otros lares

                                                                   y me deja presente, libre y sola.

 

                                                                                        Sentada ante 

                                                                                            un café. 

Aloe

Beber agua de aloe es aspirar vacío.  

O tragarse un comando en lenguaje binario. Por la mañana, en ayunas.  

O tomar un suspiro de esperanza irrealista.   

Odio a la defensiva

Es muy interesante el odio.

El mal rollo de fondo.

El defensivo.

El que te enseña a lanzar las alarmas 

todas.

Nacido de dolor y de razones.

Que ahora se desdibujan,

miserables.

¿Qué hago yo aquí con unas 

cinchas de precaución

atenazadas sobre el deseo,

en cuádruple lazada,

prietas desde el ardor?

¿Hasta  dónde libero el  ingenio?

¿Hasta dónde me pliego, 

consciente de contribuir así a un mundo

 que me parece injusto?

¿Qué hago con la frustración de ideas,

actitudes y generosidades

que amordacé (¿tuve que amordazar?)

para sobrevivir,  y que estoy viendo

lanzadas a más de cuatro vientos

por aquellos que, tras burlarse de ellas, 

las venden como propias?

¿Qué hago yo con la rabia?

 

Madrid

Madrid nunca llegó a decirme nada. Nada auténtico. Se limitó a desplegarse bajo mis pasos y mi tiempo. A servir de tablero para juegos y gentes y grupos y trabajo. Sin teñirnos. Sin teñirnos de veras. 

Madrid se deja hacer, cuando está cariñosa. Otras veces rezonga y te porfía y te exige. Y se repliega mostrándote un mohín altivo de capricho, para que no la poseas. Ni quieras desearla. 

Madrid no tiene campos de trigo recolgón. Ni fuentes, fuentes con calidez, con aire para el eco. 

Madrid es de prestado. Rebosa de añoranzas que, en las tardes de viernes, trepan por sus salidas con ansias asfixiadas, en busca de un recuerdo, de un horizonte verde o un tiempo detenido. 
Con las horas más largas.

Parmesano

Hay sabores infantiles –el caramelo– y sabores adultos –la alcachofa o la tónica.

El parmigiano, resulta, es un sabor adolescente. De cuando las cosas cambian sin haber empezado a olvidar la frescura.

Cuando se mezclan, sin fundirse del todo.

Cuando se dejan entreverar alegres por sustancias ajenas destinadas a transformar lo propio en algo nuevo.

Eso le pasa al parmigiano. La leche se embriagó de madera con la edad. Madera rezumante que también presta el gusto a sabores adultos, a soleras de vinos, de coñacs y de whiskeys. 

En esa madurez se convierte en la frágil, harinosa e intensa crema sólida con gusto a parmesano.

Historias para lelas

Uuufff, que se me desinfle el viento. 

Y las ganas. Las rancias, las que no están y una vez fueron, las que apenas levantan la cabeza, como en una tanda sin fe de abdominales.

Uuuff, que se me pasen tu olor y tus ideas, tu ingenio en filo de acero inoxidable, el jaspeado en azul burgalés de tu jersey. 

Se me vinieron todos hoy mientras me relatabas mi propia historia con otro nombre –con el tuyo–, mientras me desgranabas la añoranza de otro que yo llegué a sentir por ti. 

Que se me limpie el cuerpo, dispuesto a buscar el deseo sin condiciones lejos del saco de dormir que te cerraste, horadando mi piel a dentelladas con una cremallera. 

Y el futuro, el cariño, merecedor de un olor de chimenea entre palabras llanas, cuadros de mantas y risas y silencios, achispados de vino, eternos en la punta de otra lengua.

Déjame hablarte claro, y erigirme en mi ser y en mi verdad. Escúchame el pasado y explica tus reacciones, tus miedos y tu lejos. Encendamos la luz y cerremos la puerta después tras de nosotros. 
Para seguir contándonos la vida. 

La suya cada uno.

Awa

La niña Awa me mira desde Mali. Con una sudadera y un gesto de la mano, pulgar arriba, salidos del positivismo americano. Sus labios y sus ojos, sin embargo, son realistas. Directos, decididos, tristes. Reclaman dignamente su ración de alegría, anhelan desenfado y explican un serio descreimiento hacia ese mundo que la rodea y la observa. Awa me está diciendo: "dadme algunas razones para hacer este gesto. Yo pondré de mi parte, qué remedio, me va el futuro en ello". 

En el trabajo  que me envía la ONG que nos conecta ha coloreado símbolos de su cultura. Un sol de chocolate casi encogido por sus propios rayos, un mundo de dos capas suspendido sobre dos habas verdes, que pueden ser columnas. Y los que más me gustan: la luz perfecta, que adivino del reino de las creencias de su pueblo, y una especie de 9 germinado de flecos: la persona viva. Su presencia sugiere que conceden una misma importancia de las personas muertas. Me gusta esa expresiva separación de vida y muerte en el trazo sencillo de un dibujo infantil. 

Me gustaría mostrarlo aquí, igual que su retrato, pero no voy a hacerlo. Son íntimos, de Awa.

Sin la calma

He andado sin la calma,
llena toda de cardos en el pecho.
Cardos lilas, con coronas radiantes, limpias, puntiagudas 
y prontas a lacerar mis vísceras, las vísceras del tronco, 
al vaivén recortado de un respirar pacato.

Intranquila he andado, como a medias,
vencida hacia atrás por la tracción de una maroma trenzada en lona gris, 
amarrada en secreto a tu capricho, a tu brincar enérgico y errante de espaldas a mi senda, 
con todo tu derecho.

Enconada he vivido.
Enfundando el deseo desmadejado en el límpido excel del deber, 
creyendo digerir un No infinito, desmesurado, hiriente de hierro y hormigón. 
Una vez más.

Se acabó. Llegó la calma reclamando el espacio y el suspiro.
Restaurada, doméstica, con ganas de jarana y de sonrisa,
de aventura y paseos al sol de una Bruselas cómplice, del Portugal con brisa, 
la amistad valenciana o las charlas de porche tras las tardes de río.

On y va, pues, encore une fois. 

Lo mejor del mundo

El amor es lo mejor del mundo. Lo mejor. Lo que pasa es que linda con otras cosas, muy de cerca, y es fácil confundirlas.

¿Qué cosas?

La ternura, la pasión, la entrega, la sumisión, el poder, el sexo, al cariño, la búsqueda de otro, el gozo, el éxtasis, la seguridad, el dolor, la pena, la intimidad, la compañía, la venganza, los celos, la lástima, la comprensión, la tendencia o la adicción a cualquiera de los anteriores. 

Menuda lista ¿no?

Pues se queda corta. Porque las fronteras entre un concepto y otro no son claras, como si estuvieran hechos de mar, nacidos en un líquido en movimiento, con sus corrientes y sus olas. Para explicar la vida de algunos sentimientos, para reflejar sus gotas, su evolución y su magnitud, empezarías a buscar palabras, a hilvanarlas y necesitarías párrafos enteros. A veces una novela, o tres volúmenes. Ilustrados.

Qué complejo ¿no?

Sí, y qué maravilloso. Si bien a veces no. A veces el amor existe y se siente como el mar (sí otra vez, el mar lo es casi todo). Tú dejas que te bañe y te zambulles y lo nadas, o lo retozas, o te tumbas para que te sostenga al sol, mientras respiras, o te esfuerzas en atravesar las olas por debajo cuando vienen con fuerza. A algunos aprendes a surfearlos y los disfrutas. Pero no necesitas justificártelos amarrándolos a palabras. Los vives, queriendo estar mojado, al tiempo que los compartes con otras muchas cosas.

Un respiro

Hoy no me apetece sujetarme. 

Empujar hacia arriba.

 

Procuraré no dejarme colgar toda flácida, a la desesperada. 

Pero me haré un descanso, reconfortante espero, de la sonrisa y el brillo.

Con moda opaca y recatada, como de monjita seglar, nos lanzamos al día. 
Bien aplicada.

       

       (A ver cuánto nos dura, porque es leer esto y bailarme una rumbita en los adentros).

Quelques fois

Queques fois il me semble que le monde, la réalité  là dehors, a disparue. Elle s'est dissoute, échapée, evanouie ou quelque verbe pareil qui voudrait dire envolée, pas encore presente.

Quelques fois le soir, un silence plein et noir, tout noir, s'empare de l'espace entier  au-delà des portes fermées du salon. 


Les chambres n'existent plus, de même que les rues, les bâtiments, les arbres, les taxis et les restaurants.


Non plus les personnes. Ceux que je connais, je peux encore les imaginer, les faire vivre des vies qu'ils ne connaîtron jamais. 
Les inconnus, eux, je les peins tous petits au fond de mes histoires, dans mes rêves, dilettantes involontaires dans des films déroulés au son de mes aiguilles à tricoter.
Quelques fois.

Dejar de esforzarme

Por ser la otra. Las otras.

Las de cuerpo estilizado.

Las del sexo a flor de piel.

Las juguetonas.

Las irresistibles.

Las coquetas.

Las dulces.

Las de mirada esquiva y luego, en giro diagonal, ofertantes, subrayadas por una mueca entreabierta de los labios.

Las de las curvas firmes y dulces.

Las de pelvis prominente, invitadora. 

Las arrolladoras, ocurrentes y rápidas. 

Las elegantes con su pizca macarra.

Las eternas niñas que muestran las braguitas en un descuido.

Las de la poesía desvergonzada.

Las lideresas

            Las vencedoras. 

 

Uuuufff, qué cansancioquéhartura.

Se me recupera la circulación en todo el cuerpo pequeño, sólido de pronto de razón y derecho de ser, humilde y claro. Reluciente de limpio, planchado, orgulloso de haber vivido y vivido mucho después de su estreno. 

Soy yo, así ya basta. 

Voy a dejar de inventar para vosotros los tús que persiguen siempre a otra más alta. Soy yo quizás la que os elige para forzarse a anhelar, a alimentar esta lucha sin fin, esta batalla del ahora más, ahora distinto, ahora mejor. Cuyo objetivo se sitúa una y otra vez más allá, más elevado, más exigente, especial, siempre especial.

Se acabó. Soy yo y me basto. Te basto incluso a ti. Seas quien seas. Amarás mi descanso, mi estar siendo, mi presente continuo. Mi aquíahora, con los sueños en sueño, sin el si sostenido de esa escala fuera de mi alcance. Un quizás resonando en mi tono, un mañana quizás, despertando a tu lado. Al del tú que se acaba de volver afortunadamente incierto. Otro, por encontrar. Un otro.

Si, de repente, nieva

Cuando no estás tú –disponible, digo–, no sé a quién aparcarles el entusiasmo y la belleza. El chisporroteo de gozo que me prenden los remolinos de nieve tan cerca de mi ventana, el mensaje de júbilo frío, las ganas de jugar y lanzar bolas y carcajadas y abrazarte luego hundiendo la mejilla ardiente de ventisca en la hogareña lana de tu jersey. 

Esa es la cosa. 

Esta conversación que a ratos me debate por dentro entre el deseo, el que quiero que seas, y la realidad de quien no quieres, puedes, sabes ser. De quien no eres, sin más. 

6 de enero

La ilusión de los Reyes Magos es azul. Es alegre, ligera, cosquilleante en las comisuras de los labios y en el rozar de los pies helados, uno contra otro, mentirosos: frotándose como para conciliar el sueño, mientras encargan al oído mantener la alerta. Por si los pasos, el roce de los pesados tejidos de las capas, el tintineo de las copas de anís, el seco aterrizaje de los cartones en el suelo, la mesa, el borde de las sillas… 

La ilusión de los Reyes Magos es eterna. Por cómplice, por compañera, por compasiva. Porque se hereda y se transmite intacta, henchida, recién estrenada siempre y siempre ancestral, como un hilván trasegado desde el inicio de la memoria y vivido con la misma intensidad en cada puntada. 

La ilusión de los Reyes Magos es abierta. A la creatividad, a la generosidad, a la osadía de pedir lo que bordea la otra orilla de los deseos más ambiciosos, más peregrinos, más anhelados. 

Tras la erupción y el griterío de la mañana, tras las sorpresas llegadas y las esperanzas cumplidas, tras los cariños expresados en materia, en detalles, en abrazos, llega la tarde del seis de enero. Luminosa, incluso en los nortes más nublados. Reposada. 
Y ahí, en el zafarse del último violeta, es cuando surge el auténtico regalo. Cuando comienza a fraguarse el cálido rescoldo que mantendrá viva, una vez más, la ilusión de los Reyes. 

 

Imagen: Enrique López Garre / Pixabay

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